sábado, 2 de octubre de 2010

El impacto del acoso psicológico

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte VIII y final de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

Las consecuencias del acoso psicológico en el trabajo afectan, en primer lugar, al acosado o a la víctima, porque es quien sufre más directamente ese calvario de humillaciones y ataques a su dignidad de forma sistemática y reiterativa, lo cual le lleva a cuestionarse su propia estima personal y profesional, así como a padecer estados psicosomáticos graves que, de forma progresiva, pueden conducirle a estados crónicos depresivos e, incluso, al suicidio.

Pero, en segundo lugar, también afecta al entorno familiar, que se verá profundamente alterado al no comprender nada de lo que ocurre, pero sí constatar la progresiva transformación de ese miembro de la familia a quien difícilmente se le puede ayudar porque ni él mismo sabe comunicar de forma clara lo que le está sucediendo. Esta situación en la medida que se prolonga en el tiempo se hace más difícil de soportar por los restantes miembros de la familia.

La importancia del entorno familiar y social se debe a que constituyen las principales fuentes de apoyo social de la víctima y, en muchos casos, su único lugar de amparo. Cuando éste también se resiente, la indefensión y la soledad del acosado es mayor, agravándose la situación. La vivencia del acoso adquiere un carácter de aspecto central en la vida de la víctima (la "centralidad del acoso"), que contamina al resto de ámbitos y hace que todo gire en torno a ese problema. No es raro el incremento de la conflictividad familiar, el alejamiento y abandono de amigos, la propia desestructuración social y familiar. Y en muchas ocasiones, la persona acosada sólo encuentra en su entorno incomprensión hacia el problema y, en el peor de los casos, el cuestionamiento de su propio estado mental

También, en tercer lugar, afecta a la propia empresa, que se verá afectada por el bajo grado de desempeño de esa persona, por su absentismo justificado mediante bajas por enfermedad, por el mal clima laboral que se crea, por su propia imagen que, obviamente, se verá deteriorada.

Así pues, el entorno laboral tampoco es ajeno al fuerte impacto de las situaciones de acoso. El rendimiento en el trabajo se suele ver afectado, tanto el de la víctima como el de la organización en su conjunto. Los problemas de comunicación y colaboración entre trabajadores interfieren en las relaciones que los trabajadores tienen que establecer necesariamente para la ejecución de sus cometidos, alterando los ratios de cantidad y calidad. También se suele producir un incremento del absentismo, de la rotación, interna y externa, y una disminución de la calidad de las relaciones interpersonales.

Y, finalmente, afectará a la sociedad en su conjunto, tanto desde el punto de vista humano como económico, en cuyo caso deberá asumir todos los gastos generados por esa persona desde el punto de vista médico, hospitalario, subsidio de paro, pensión y otros costes similares. En esta línea, y a modo de resumen, sostiene el profesor Fidalgo (2002) que las consecuencias para la persona trabajadora afectada por el acoso se da en tres esferas: psíquica, física y social.

Mientras que las consecuencias para las organizaciones son, además del deterioro en las relaciones interpersonales y del entorno laboral, un descenso en el rendimiento, un clima laboral tenso y un incremento de la accidentalidad. Así mismo, las consecuencias para el núcleo familiar, social y para la comunidad son: tener en el entorno a una persona cercana amargada, desmotivada, sin expectativas ni ganas de trabajar y que padecerá, posiblemente, algún tipo de trastorno psiquiátrico, con o sin comportamientos adictivos, que puede llevar, incluso, al suicidio.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

Evaluación y medida del acoso psicológico en el trabajo

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte VII de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

A la hora de evaluar el acoso, puede valorarse su prevalencia, a partir de la duración y frecuencia del mismo, también se pueden valorar el tipo y la magnitud de sus consecuencias y la relación de estas consecuencias con las situaciones de acoso.

En algunos estudios se destaca la incidencia de este problema, su magnitud, o ambos, para lo cual se han diseñado herramientas específicas como el LIPT (Leymann Inventory of Psychological Terror, 1990) o la Escala Cisneros(Fidalgo y Piñuel, 2004.

Dado que las situaciones descritas originan estrés, los instrumentos utilizados para evaluar algunas de las consecuencias derivadas del acoso son diversos cuestionarios específicos destinados a evaluar la sintomatología psicosomática generada por procesos estresantes, como el Test de Salud Total (TST ), de Langner (1962) o el Cuestionario General de Salud (GHQ), de Goldberg (1972).

No obstante, para llegar a un diagnóstico de acoso, el resultado de la evaluación ha de cumplir con los criterios establecidos en la definición en sus aspectos de frecuencia (una vez por semana, por lo menos), temporalidad (más de seis meses) y que se produzca la acción de acoso. Además, hay que constatar la posición asimétrica de las partes implicadas en la interacción (Fidalgo, 2002).

Una de las grandes dificultades, reconocida por investigadores y por profesionales, es la de la evaluación del acoso psicológico.

Algunas de las características que pueden ayudar a explicar esta dificultad son:

el componente cultural de su definición, que hace que una misma conducta pueda ser considerada abusiva en un contexto y no abusiva en otro;

las creencias y valores de colectivos específicos que señalan márgenes de tolerancia y aceptación del acoso diferentes;

el componente subjetivo de la percepción del abuso y de su intencionalidad, que puede llevar a claras discrepancias de interpretación de una misma conducta (Follingstad y DeHart, 2000);

la frecuente invisibilidad externa de esas conductas, que no dejan huella, a diferencia de lo que suele ocurrir en la agresión física (Auburn, 2003);

la amplia gama de intensidades de las conductas abusivas que señalan un continuo que iría desde las más sutiles hasta las más explícitas (Marshall, 1999), creando una dificultad en la apreciación nítida de las más sutiles;

el establecimiento de la frontera de la frecuencia, que distinga entre algunos actos aislados de carácter abusivo y la reiteración sistemática de una conducta de claro acoso psicológico (Murphy y Hoover, 1999);

la utilización de estrategias abusivas de forma combinada y sistemática que conlleva un efecto incrementador del abuso, debido a la interacción continuada de tales estrategias; en definitiva, la dificultad para alcanzar una definición operativa y consensuada del abuso psicológico.

Se entiende así que resulte común mencionar la falta de instrumentos de medición adecuados para evaluar el abuso psicológico (Murphy y Hoover, 1999), además de las limitaciones de los instrumentos existentes, que casi siempre son en forma de autoinforme, basándose en la información que las propias víctimas proporcionan sobre el proceso de acoso, y que motivan dudas de que evalúen adecuadamente el amplio dominio del abuso psicológico.

Por otra parte, sabemos que el comportamiento humano se desarrolla de forma dinámica a lo largo de un proceso en permanente reconstrucción, de modo que no se justifica que lo analicemos a partir de un resultado que obtenemos en un tiempo concreto y limitado de observación y análisis. Entendemos que la metodología cuantitativa puede ser pertinente para una descripción somera o una primera aproximación al fenómeno que sometamos a estudio, pero la complejidad y multidimensionalidad de un fenómeno social como es el acoso psicológico, constituido por tantas aristas, consideramos que requiere un nivel de análisis distinto que nos permita comprender no sólo lo que acontece en un determinado momento, sino los “cómos” y los “porqués” de todo cuanto acontece. Ello nos facilitaría un horizonte más amplio de comprensión de esa realidad que llamamos acoso psicológico y, en cambio, evitaría asumir un conocimiento sólo fundado en el mero control de sus componentes parciales.

El auge de los métodos cualitativos tiene que ver con la emergencia de las perspectivas y las teorías críticas. En ellas se muestran más adecuados todos aquellos instrumentos analíticos que descansan en la interpretación. En efecto, estos procedimientos se adecuan perfectamente al buscar la comprensión de los procesos sociales, más que su predicción o, si se prefiere, al tratar de dar cuenta de la realidad social y comprender cuál es su naturaleza, más que explicarla.

Cada proceso, por otra parte, está enmarcado en un entorno cultural particular. El intersubjetivo colectivo, el sistema de normas y reglas que cada cultura ha ido construyendo a lo largo de su historia, le dan unas particularidades diferenciadoras del resto que no pueden ser ignoradas en la investigación aplicada (sensibilidad socio-cultural). En la investigación aplicada, por ejemplo, la acción misma que se propone puede o no guardar coherencia con el universo de significados compartidos de la comunidad en la que se va a realizar, cuestión que será, con toda probabilidad, la primera que debamos tener en cuenta.

Toda práctica social se enmarca en un contexto político concreto, aunque debiéramos decir que toda práctica social es en sí misma política. La investigación cualitativa no olvida esta cuestión (sensibilidad socio-política), proponiendo explicitar las consecuencias políticas, inhibidoras o favorecedoras de cambio social, que pueden ir implícitas en su propia realización. El compromiso político es, en ese sentido, sólo un aspecto de esta clase de sensibilidad.

Por último, la investigación debe considerar el contexto social y físico en el cual se está produciendo. El contexto es el resultado de múltiples elementos, procesos y acciones, entre las que resalta la acción colectiva de los participantes en él. Parece, pues, condición indispensable en la investigación (sensibilidad contextual) reconocer esta dependencia que es, junto con las señaladas anteriormente, la que proporciona sentido al proyecto mismo de la intervención.

En definitiva, una aproximación a la medida del fenómeno del acoso psicológico implicará la vertebración analítica de los componentes del fenómeno —su proceso— y la articulación comprensiva de los valores propios que sostienen la personalidad de los actores que intervienen, víctima y acosador, en el juego de las interacciones de un contexto constituido por valores grupales y organizacionales que facilitan ese tipo de conductas perversas.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

Factores psicosociales implicados en el acoso psicológico en el trabajo.

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte VI de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

Una nueva definición de acoso nos puede ayudar a desentrañar los factores psicosociales más importantes involucrados en este fenómeno: “es todo comportamiento abusivo por parte de uno o de varios individuos con el apoyo explícito o implícito del grupo y de la organización, dirigido a una persona de forma reiterada, sistemática y prolongada en el tiempo con la finalidad de dañar su imagen e identidad personal y/o profesional y conducirle a su autoexclusión”.

Schuster, por su parte, define el acoso psicológico como “ser objeto de agresión por los miembros del propio grupo social", y lo distingue de dos situaciones próximas: el rechazo social, en el que el individuo puede ser excluido por sus iguales, pero no perseguido, y la desatención social, en la que el individuo es, simplemente, ignorado.

Desde un punto de vista psicosocial, dos elementos son necesarios para explicar las circunstancias en las que se desarrolla el acoso laboral. En primer término, la presencia de una persona que asuma el papel de perseguidor o acosador, investida de la suficiente autoridad o carisma como para movilizar las dinámicas grupales de acoso.

El segundo aspecto se relaciona con la colaboración y permisividad del resto de las personas de la organización. La persecución psicológica se desarrolla en medio de un sorprendente silencio e inhibición de los observadores que, aunque conscientes del abuso e injusticia de la situación, se abstienen de intervenir, sea por complicidad implícita con el plan de eliminación del acosado, sea para evitar convertirse ellos mismos en objeto de represalia.

En este proceso, como ya hemos insistido, se trata de ir minando la identidad personal y profesional del individuo a través de un proceso largo en el que se cuestiona su competencia, su rol, su estatus, hasta llevarle a un deterioro progresivo de su autoestima y a que acabe desintegrándose y auto-excluyéndose del grupo, sintiéndose como un fracasado, dejándole en una situación de indefensión y dándole una difícil salida: el abandono voluntario de la empresa o, bien, su plegamiento a las pautas marcadas por el acosador y por el grupo.

Esta situación es muy difícil de afrontar por el individuo objeto de acoso, ya que esos abusos, aunque reiterados, sistemáticos y prolongados en el tiempo, se cometen de forma solapada, insidiosa, invisible, a partir de comportamientos ambiguos, no verbales y en ausencia de testigos, que, poco a poco, se van acumulando y produciendo el fin deseado. Además, estas actuaciones hostiles, ya sean directas o sutiles, consideradas de forma aislada no suponen una agresión desde el punto de vista de un observador externo, pero si se dan a modo de martilleo constante, entonces produce las consecuencias negativas a las que ya hemos aludido. Sin duda, es una de las experiencias más ignominiosas que puede sufrir una persona en situaciones sociales normales.

En efecto, una de las más llamativas características del síndrome, en todas sus formas, es la dificultad de la víctima para entender lo que está pasando y para organizar conceptualmente su propia defensa; por ello, es en los factores cognitivos donde más se está incidiendo en la investigación actual sobre este fenómeno, obviando casi por completo los condicionantes patógenos del entorno.

Normalmente, la mayor proporción de casos conocidos de acoso se da en un sentido vertical descendente; también suele ser frecuente en sentido horizontal, entre compañeros, debido al creciente grado de competitividad existente en las empresas y mixto, entre superiores y compañeros, por las complejas relaciones de poder presentes en el contexto laboral.

Asímismo, el acoso en dirección ascendente, si bien es menos habitual, también hemos de considerarlo. En todos los casos, con independencia de quién sea el acosador o el acosado, para que tal proceso se desarrolle, ha de haber una complicidad, activa o pasiva, por parte del grupo en el que se haya gestado y por parte de la organización en su conjunto.

De otro lado, el modo de generarse el fenómeno del acoso puede ser muy variado y responder a causas de muy diverso tipo, si bien todas ellas tienen unos denominadores comunes: no respetar al otro como persona, con los mismos derechos, y considerar que podemos someterlo e instrumentalizarlo en nuestro propio beneficio.

Tratar de desarrollar las tácticas concretas que suelen utilizarse a lo largo de este proceso sería tan prolijo que nos resistimos a ello, máxime cuando las contingencias pueden ser tan numerosas y las personas tan heterogéneas que sólo nos llevaría a presentar una mera lista indicativa de acciones u omisiones, comportamientos verbales y no verbales, individuales o de grupo que, difícilmente, podría ser exhaustiva, aún a pesar de proponérnoslo, pues siempre olvidaríamos algunas que, por el mero hecho de no encontrarse en el repertorio, no las consideraríamos.

Tampoco nos atreveríamos a dar un perfil del acosador o del acosado, porque como es lógico en todos los acosadores vamos a encontrar unos denominadores comunes, de igual modo que entre los acosados; sin embargo, también observaremos en uno y en otro caso aspectos diferentes que no encajan en sus perfiles correspondientes. Por tanto, centrar nuestra atención en los perfiles del acosador y del acosado sólo tendría, en todo caso, un valor meramente estadístico.

De hecho, cuando vemos las estadísticas sobre acoso en el trabajo en nuestro país nos asombramos, pues cada cuál nos presenta unas cifras, y si hablamos de perfiles, al acosado o a la víctima nos la presentan como un verdadero ángel: ético, honrado, recto, con sentido de la justicia, independiente y con iniciativa, inteligente, competente, brillante, solidario, comprensivo, con capacidad empática y con una familia envidiable.

En realidad, podríamos preguntarnos si existe esa persona, o, si por el contrario, es una fantasía que a fuerza de repetirse la aceptamos como verdad incuestionable. Por el contrario, el acosador tiene que parecerse, de forma maniquea, al mismo diablo. Concretamente, el profesor Piñuel, nos dice que "el historial del acosador es el de un tipo de asesino en serie con cadáveres en el armario”.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

Acoso psicológico y sistema empresarial

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte V de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

Las razones por las que se pueden gestar en una organización conductas de acoso pueden ser muy variadas, desde conflictos o diferencias nimias hasta situaciones en que tales conductas constituyen verdaderos dramas. Pero hay orígenes aún más perversos como la existencia de ciertos comportamientos organizativos que institucionalizan ciertas formas de hacer las cosas dentro de la organización, estimulando y facilitando la confrontación, operando bajo los postulados tayloristas y estableciendo como valor de la cultura organizativa la existencia de entornos estresantes. Perversas también por su carácter estratégico son aquellas situaciones en las que el acoso psicológico es un recurso ligado a una clara intencionalidad, excluir a quienes pueden suponer una amenaza para personas concretas o para la organización en su conjunto.

Algunos autores han sugerido el término "organizaciones tóxicas" para referirse a organizaciones con una serie de características que sirven como caldo de cultivo propicio para la aparición de situaciones de acoso psicológico. La organización del trabajo adquiere aquí un papel fundamental, habiéndose demostrado en distintos estudios la existencia de una importante relación entre el fenómeno de acoso y las organizaciones pobres o deficientes del trabajo.

Así, tales conductas de abuso se ven favorecidas en organizaciones con métodos de trabajo y producción muy pobres, con ausencia de interés y apoyo de los superiores, con ausencia de posibilidades de colaboración, con la existencia de múltiples jerarquías, con exceso de demandas de trabajo y escaso control por parte de los trabajadores, con deficiente planificación y organización diaria del trabajo, con problemas de definición de rol, mala gestión del conflicto, etc.

Hemos de resaltar la importancia de este último aspecto, la gestión de los conflictos, en la medida que ésta juega un papel fundamental en la evolución de las situaciones conflictivas. En este sentido, la negación del conflicto e, incluso, la implicación activa en el mismo con la emisión de conductas de estigmatización por quienes deberían solucionarlo, no son sino mecanismos que contribuyen claramente a incrementar la escalada del conflicto, por un lado, y, por otro, a incrementar la indefensión de la víctima.

De hecho, en el curso del acoso se han distinguido básicamente cuatro grandes fases, constituyendo el paso a cada fase posterior el fracaso en la resolución del problema en las fases previas.

La primera fase es la denominada de conflicto. Aquí se sitúa el origen de lo que acabará convirtiéndose en una situación de acoso, es donde se sitúa el primer conflicto, que lejos de solucionarse, aclararse u olvidarse, se cronifica. Por tanto, es donde las víctimas sitúan el "incidente crítico", aquel que marca un antes y un después y que se recuerda como el acontecimiento que supuso un cambio en los comportamientos.

La segunda fase es propiamente la de " estigmatización". Es donde se produce con toda su crudeza la adopción, por una de las partes en conflicto, de las distintas modalidades de comportamiento hostigador sobre la víctima, cumpliendo con los requisitos de sistematicidad y recurrencia señalados previamente. Esta fase se prolonga en la medida en que en la organización se niegue la existencia del conflicto, se evite el mismo o, incluso, se decida no intervenir por entender que forma parte de un conflicto privado.

No obstante, la magnitud e implicaciones del problema pueden llegar a un punto en que es imposible que la organización no acepte su existencia, dando paso a la fase de intervención desde la empresa. Aquí los mecanismos de intervención son muy variados y dependerán de los hechos concretos, de las víctimas y de los acosadores, del grupo en el que se desarrolle, del tipo de organización y de la legislación vigente. Pero de manera habitual, y de forma lamentable, la intervención suele consistir en desembarazarse de la víctima, para mayor estigmatización y sufrimiento de la misma. En último lugar, suele suceder la fase de "marginación o de exclusión de la vida laboral". Se caracteriza porque el trabajador acosado compatibiliza su trabajo con bajas o (licencias por enfermedad), cada vez más largas, hasta quedar excluido definitivamente del mundo laboral.

En este escenario de "organización tóxica", junto con acosadores y víctimas, coexisten otros protagonistas que tienen su importancia para determinar la magnitud del fenómeno, su evolución y la situación de amparo o desamparo de las víctimas. Se trata del resto de compañeros de trabajo que pueden adoptar un papel de co-acosadores (ayudan y cortejan al acosador principal, generando conductas de acoso) y de los espectadores que no participan activamente en el conflicto, ni de un lado ni del otro, por miedo a acabar como víctimas.

Por tanto, la existencia del acoso psicológico en el trabajo implica que el propio sistema laboral y social en el que se inserta es el generador, estimulador y legitimador de tales situaciones, pues para que se dé éste, es necesario que se prolongue en el tiempo de forma reiterada y sistemática. Lógicamente, un proceso reiterado, sistemático y prolongado en el tiempo es visible y si no se ataja es porque no hay voluntad de hacerlo, sino, por el contrario, lo que se pretende es legitimarlo, bien de un modo activo o pasivo por parte de la línea jerárquica de la organización, lo cual nos lleva a plantearnos el papel que juega ésta como escenario donde se gesta y desarrolla este fenómeno.

El acoso psicológico en el trabajo se genera por un mal ejercicio y uso del poder, que hemos de entenderlo como el potencial de influencia que las personas ejercen o pueden ejercer en la organización, sea cual sea su posición, aunque, como es lógico, debemos esperar que el poder se incremente en la medida que se ascienda de nivel, pero no necesariamente.

De este modo, acciones como ofender al personal, mentir sin escrúpulos, dar órdenes incoherentes, tener a un empleado a su disposición de día y de noche, y cambiar las reglas para mantenerlo siempre en vilo suelen ser frecuentes en una situación de acoso por parte de quienes detentan el poder. La técnica es siempre idéntica: se utiliza la debilidad del otro y se lo conduce a dudar de sí mismo con el fin de anular sus defensas. Mediante un proceso insidioso de descalificación, la víctima pierde progresivamente su confianza en sí misma y, a veces, está tan confundida que le puede dar la razón a su agresor (Hirigoyen, 2000).

Además, las personas con poder actuarán con más facilidad en una empresa desorganizada, mal estructurada, o deprimida. Es decir, una empresa desorganizada genera siempre tensión, ya sea porque los papeles están mal definidos (no se sabe ni quién hace qué cosa, ni quién es el responsable de que el clima de la organización sea inestable), o porque se da una falta de consenso. La rigidez de algunas instituciones y de las empresas muy jerarquizadas da pie a que ciertos individuos ávidos de poder se ensañen impunemente contra otros individuos.

Asimismo, la amenaza del desempleo contribuye a que la arrogancia y el cinismo se conviertan en métodos de dirección. En un sistema donde la competencia es encarnizada, la frialdad y la dureza se vuelven una norma y se manipula al otro de forma solapada o sádica a fin de obtener su sometimiento. En semejante contexto, un individuo que ansía el poder puede utilizar la confusión reinante para destrozar con toda impunidad a sus potenciales rivales. Si la empresa no lo controla, puede manipular y destruir impunemente a otros individuos con tal de conquistar o de conservar el poder. (Hirigoyen, 2000)

Es, pues, lógico pensar que este tipo de comportamientos sólo pueden darse en un sistema perverso, arbitrario, rígido e intolerante en el que el ejercicio del poder se utiliza del modo que permite dicho sistema, aunque aparentemente se manifieste en términos legales, democráticos y preocupado por el bienestar de las personas.

Una vez que hemos esbozado algunas de las características que constituyen el sistema social (socialización general) y el contexto de la organización (socialización específica) estaremos en mejor disposición de comprender el fenómeno del acoso psicológico en el trabajo como proceso psicosocial complejo.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

Acoso psicológico y sistema social

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte IV de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

El acoso psicológico en el trabajo es un síntoma más de un sistema social enfermo, como la siniestralidad laboral o, en términos sociales en general, el maltrato infantil, el maltrato de mayores o el maltrato de pareja.

En tal sentido, la responsabilidad ética y moral de que se produzcan estas situaciones de acoso es, en primer lugar, de la sociedad que no ha sabido desde las múltiples instancias socializadoras (familia, sistema educativo, sistema laboral) instalar a los individuos en la lógica del respeto al otro, de la cooperación, de la solidaridad, de la ayuda mutua; antes al contrario, los valores en los que se sustenta nuestra sociedad son en el dinero, la competitividad, el prestigio, el poder, el reconocimiento fácil; es decir, en valores instrumentales que sólo son válidos si nos sirven de plataformas para lograr nuestros fines a costa de los otros.

El fin justifica los medios; por tanto, si para seguir una carrera ascendente debo utilizar al amigo, incluso hasta perderlo, lo abandonaré. Si para obtener un efímero éxito personal he de perder parte de mi dignidad personal, la pierdo.

Si para seguir medrando y aspirando a una promoción anunciada he de hurtar información, engañar o mentir a un compañero o compañera, lo haré sin que ello me cause el más mínimo rubor. Incluso, si para ello he de coaligarme con la persona o personas que ejercen el poder de un modo injusto e inmoral, me uno a ellos y me transformo en otro elemento más de presión al servicio de quien ejerce el poder y, por tanto, puede auparme a la silla del éxito. Todo se justifica por el fin.

Por consiguiente, un sistema social en el que se acepta que se puedan dar este tipo de comportamientos como ridiculizar en público a una persona, hacer sarcasmos gratuitos de ella, vejaciones, persecuciones..., es sin duda un sistema enfermo, y si donde se llevan a cabo este tipo de acciones es en el trabajo, entonces el sistema de trabajo, las organizaciones, están enfermas, pues no hemos de olvidar que es el contexto el que crea y le da el significado y la legitimación al acoso.

Por otra parte, la lógica en la que nos instalamos los grupos y las personas es la que no nos deja salir de esta tela de araña, porque nuestra propia identidad como personas y como profesionales se va configurando y desarrollando desde esa racionalidad y desde esa lógica, que es la lógica de la insolidaridad, de la competitividad y de la exclusión.

Así pues, el acoso psicológico hemos de considerarlo, analizarlo y comprenderlo en el contexto de las interacciones humanas instaladas en un sistema social reforzador y legitimador de ese tipo de relación. Por tanto, aunque los efectos los observemos en las personas (acosador-victima-grupo), difícilmente podríamos llevar a cabo una prevención eficaz si reducimos nuestro análisis a meras relaciones de conflicto entre acosador-acosado, puesto que sus efectos y su visibilidad van a ser tan variadas y heterogéneas como sean las personas afectadas y las circunstancias del contexto en el que se desarrollen esas acciones.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

El acoso psicológico en el trabajo

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte III de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

Si nos centramos en el entorno laboral, en los últimos años, y cada vez de forma más creciente, se viene hablando de determinadas situaciones muy dañinas para aquellos trabajadores que se encuentran expuestos a ellas y que tienen su origen en las relaciones interpersonales, en las propias condiciones de trabajo existentes en la organización o en la ausencia de determinados factores psicosociales.

De manera más concreta, en el ámbito laboral, el término acoso psicológico es el empleado para identificar situaciones en las que una persona o grupo de personas desarrolla un conjunto de comportamientos, de forma sistemática y durante un tiempo prolongado, caracterizados por una violencia psicológica, extrema sobre otra persona en el lugar de trabajo. Varios son los términos que se están utilizando para hacer referencia a estas situaciones: mobbing, acoso moral, acoso psicológico, hostigamiento psicológico, psicoterror laboral, etc. De entre éstos, el término "acoso psicológico" es el que nos parece más razonable utilizar.

No obstante, y con independencia de algún que otro matiz, todas las expresiones que se utilizan para hacer referencia a este fenómeno aluden a la utilización por parte del hostigador de la forma de violencia más refinada de que es capaz el ser humano, aquella que recurre a la manipulación psicológica y al encadenamiento a lo largo del tiempo de las acciones hostiles.

Igualmente, en todas ellas se señalan los siguientes elementos como definidores del fenómeno que describimos:

a) la continuidad, pues la exposición a las conductas de acoso no es algo temporalmente concreto, sino prolongado en el tiempo;

b) la víctima suele ser una persona concreta, es decir, una única persona y, raras veces, varias personas o un grupo de ellas;

c) la finalidad del acosador es la destrucción, el aislamiento de la víctima, su marginación y exclusión de la organización y

d) las conductas suelen ir dirigidas a atacar distintos aspectos de la persona, su dignidad, su capacidad profesional, su vida privada e, incluso, sus cualidades físicas y morales.

Con respecto a esta última característica, los comportamientos más habituales de acoso en el ámbito laboral suelen ser los ataques a la víctima a través de medidas organizativas, la restricción de la comunicación, el cambio de ubicación, la asignación de tareas degradantes sin aviso previo, la mofa con respecto a su vida privada, la crítica permanente a cuanto hace, el no reconocimiento de sus competencias y de cuantas actividades realiza, las amenazas verbales, y otras similares. (Zapf, Knorz y Kulla, 1996).

Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que el estudio de este fenómeno es reciente (década de los 80), lo que supone la ausencia de una forma normalizada de estudio tanto en lo relativo a su definición, como a las herramientas de evaluación e intervención utilizadas.. En cualquier caso, lo que sí parece claro es que no se trata de un fenómeno marginal, sino con una presencia nada desdeñable, sobre todo si tenemos en cuenta que las cifras conocidas son sólo la parte visible de un fenómeno de mayor envergadura.

Sin duda, el hostigamiento o acoso moral, la violencia o la amenaza de violencia, así como diversas formas de discriminación contribuyen al malestar psicológico y al estrés en el ámbito laboral europeo. En torno al 5 % de los trabajadores declaran haber padecido alguna forma de violencia, hostigamiento o acoso moral en el puesto de trabajo durante los últimos 12 meses. Cabe observar que las diferencias entre los países pueden ser reflejo del grado de sensibilización frente a este tema y de la disposición a manifestarlo públicamente, además de las diferentes tendencias predominantes.

En general, la exposición a la violencia y las amenazas violentas es mayor en el norte de Europa: los porcentajes superan la media en los Países Bajos (10 %), Francia y el Reino Unido (9 %) e Irlanda (8 %). Los niveles de acoso moral u hostigamiento declarados oscilan entre el 17 % en Finlandia y el 12 % en los Países Bajos, por un lado, y el 2 % en Italia y Bulgaria, por otro lado. Se ha producido un ligero aumento en el nivel de violencia física declarada: en el período 1995-2005 era del 4 % (en la UE15), frente al 6 % de 2005.

Desde el punto de vista de cuáles son los sectores más afectados, los datos de que se disponen son todavía inconclusos, pero comienzan a apuntar con relativa fuerza al sector servicios (sanidad, educación) y a la Administración pública, en general. Concretamente, los estudios de Leymann, en Suecia, apuntaban a los sectores de la enseñanza, financiero, de la salud (especialmente enfermería), trabajadores sociales e, incluso, miembros de organizaciones sin ánimo de lucro.

Su ocurrencia suele ser más frecuente en instituciones altamente reglamentadas y homogéneas, como en escuelas, fuerzas armadas y cárceles, así como en instituciones conservadoras, en las que hay poca tolerancia a la diversidad y fuertes vínculos e identidades compartidas entre sus miembros. La presentación de acoso psicológico es más probable en organizaciones relativamente cerradas, cuya cultura interna considera el poder de dominio y el control como valores prioritarios sobre la productividad y la eficacia.

Por eso, dentro del ámbito laboral, parece darse con más frecuencia en la función pública, universidades, enseñanza en general, hospitales y ONGs, donde por las propias características de las tareas, ambigüedad de rol, deficiente definición de los puestos, mayores márgenes de discrecionalidad etc, son más propensos a que se dé este fenómeno, aunque ninguna entidad, pública o privada, parece estar a salvo del problema.

También puede darse en personas de cualquier edad y sexo, aunque suele ser mucho más habitual que se dé en personas maduras, a partir de los 45 años, y en mujeres, debido a que se les supone más fácilmente abatibles. Parece que las mujeres, en especial las más jóvenes, padecen más hostigamiento o acoso psicológico que los hombres: por ejemplo, el número de mujeres víctimas de una atención sexual no deseada triplica al de los hombres.

De otro lado, los trabajadores expuestos a riesgos psicosociales, en especial hostigamiento y acoso psicológico, están mucho más expuestos a ausentarse del trabajo por motivos de salud relacionados con el trabajo (un 23 % frente a una media del 7 %) y sus períodos de ausencia del trabajo también suelen ser mayores.

Más adelante se comentarán los costes en términos de sufrimiento y pérdida de salud para las víctimas, pero sirva a título de ejemplo la cuantificación de otros costes. Alemania cifró, en 1995, el coste del acoso psicológico en el trabajo en cien mil millones de marcos. En Gran Bretaña se ha estimado que supone la pérdida anual de casi diecinueve millones de jornadas laborales. Y, probablemente, la cuantificación del coste más dramático se estimó en Suecia en 1995, observándose que entre el diez y el veinte por ciento de los suicidios tenían su origen en situaciones de acoso psicológico en el trabajo.

Una cuestión que, a nuestro juicio, hemos de tener en cuenta es la gran influencia de las variables sociales y culturales que caracterizan cada contexto social para interpretar lo que debemos entender por abuso psicológico, máxime en un mundo donde cada vez aumentan más las interrelaciones entre personas con diferentes valores, creencias y culturas de procedencia. Además, la utilización de las estrategias de abuso psicológico es susceptible de producirse en alguna medida en cualquier relación de interacción continuada entre dos o más personas. De todos modos, las variables que facilitan el abuso y están a menudo presentes provienen del hecho de que la parte acosadora tenga a priori alguna capacidad de poder y control sobre la otra parte, cuente con el apoyo explícito o implícito del grupo en el que se desarrolla y sea aceptable por la cultura y dirección de la organización.

Así pues, el acoso psicológico es un proceso psicosocial complejo y, como tal, constituido por múltiples niveles y aristas que difícilmente pueden reducirse a una relación diádica acosador-acosado, ni tan siquiera a una relación de grupo. Por otra parte, consideramos que para comprender el fenómeno del acoso laboral hemos de analizarlo desde los cuatro componentes que lo constituyen: contexto social, contexto de la organización, contexto de grupo y contexto individual. Estos cuatro componentes son partes inseparables de una misma lógica y, por tanto, fundados en una misma racionalidad.

Por ello, desde esos cuatro componentes habremos de abordar su definición, porque son los que crean, estimulan, amparan y legitiman el acoso psicológico en sus interacciones permanentes. Con este tipo de acoso no se trata de lograr el sometimiento de la persona, sino su exclusión, de forma similar a lo que sucede en el caso del bullying en el entorno escolar. De hecho, los estudios sobre ambos tipos de abuso o acoso, fueron impulsados desde los países nórdicos por Leymann (1990) y Olweus (1994), respectivamente.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

Evolución del concepto de acoso psicológico.

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte II de dicha colaboración que recomendamos leer en todas sus partes.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

El estudio de la violencia ha sido uno de los temas a los que se ha prestado mayor atención en psicología social y en ciencias sociales en general, aunque se ha centrado, fundamentalmente, en la agresión o en la violencia de tipo físico. Sin embargo, ha sido en las tres últimas décadas cuando se ha producido un incremento notable de la investigación científica sobre la agresión de carácter psicológico, coincidiendo con el aumento de la relevancia social del tema en el mundo occidental. Este interés se desarrolló simultáneamente a una mayor concienciación social por el respeto a los derechos humanos, orientada fundamentalmente a la lucha por la igualdad de derechos de la mujer y a la reivindicación de un trato no discriminatorio hacia las minorías (Rodríguez-Carballeira et al., 2005).

La poca relevancia que históricamente ha tenido en la literatura científica el estudio de la agresión de tipo psicológico hace que asistamos todavía a una cierta confusión conceptual. En principio, parece existir acuerdo entre la mayoría de investigadores en que la agresión se produce, fundamentalmente, de tres formas distintas: física, sexual y psicológica. No obstante, mientras que la agresión física parece más fácilmente delimitable, la de tipo psicológico plantea algunos problemas, pues las conductas que parecen más obvias, como la amenaza o la humillación, abarcan otras más sutiles, como pueden ser la manipulación de la información o la desconsideración de las emociones de la otra persona que no siempre se recogen.

Además, si tenemos en cuenta que el objetivo final del abuso físico y el psicológico es conseguir la dominación y el control sobre la víctima y que la agresión física también causa daño psicológico, algunos autores consideran artificial la separación entre esas distintas formas de abuso, el físico y el psicológico.

Esta tendencia a la no distinción, junto con la dificultad de establecer una definición operativa del acoso psicológico, útil tanto a profesionales de la salud como a juristas, ayudan a entender por qué no se estudió hasta fechas recientes este fenómeno como una entidad propia y diferenciada del abuso físico. Otros motivos que justifican el retraso de su estudio pueden ser: la tolerancia social hacia cierto tipo de comportamientos relacionados con el acoso psicológico; la tendencia de los profesionales a considerarlo como una preocupación secundaria frente a la agresión física, asumiendo implícitamente que sus consecuencias son menos severas y más transitorias (Arias y Pape, 1999); el desarrollo de muchos de estos comportamientos abusivos en el ámbito íntimo, unido a la tendencia de agresores y víctimas a ocultarlo y, por último, la “invisibilidad” de cierto tipo de víctimas derivada de una posición social débil.

Es, quizás, esa dificultad para precisar los límites de la agresión psicológica uno de los aspectos que impide lograr una definición consensuada de la misma y, también, la que contribuye en mayor grado a la dispersión de términos para denominarla. Así, nos encontramos que diferentes autores han utilizado con un significado muy similar expresiones distintas como abuso psicológico, agresión psicológica, violencia psicológica, maltrato psicológico, abuso emocional, tortura mental, manipulación psicológica o acoso moral. En suma, todas estas expresiones que suelen utilizarse tienen en común que están relacionadas con formas de agresión no físicas y la diferencia conceptual entre ellas se refiere, básicamente, al alcance más reducido o, por el contrario, más comprensivo que muestran respecto a las estrategias psicológicas de la agresión.

Antes de introducirnos en la definición del acoso psicológico que se ejerce en el contexto de las organizaciones y con el fin de ir acotándolo, creemos conveniente delimitarlo con respecto a otros conceptos con los que suele solaparse y, a veces, confundirse, tales como el estrés o el conflicto.

En relación con el primero, no debe confundirse porque ninguna de las estrategias generadoras de estrés tienen por objetivo ni es su intención destruir al individuo, sino que son estrategias orientadas a lograr un mayor grado de competitividad, pero dirigidas por igual a todos los miembros de un grupo o de una organización.

Por consiguiente, aunque algunos de los efectos derivados de situaciones de estrés puedan ser similares a los que suceden en situaciones de acoso, ello no significa que el fenómeno que los origina sea el mismo. Pero, tal vez, uno de los puntos clave en la comprensión del acoso es establecer la diferencia con respecto al conflicto, ya que en el acoso no se da propiamente; es decir, no llega a producirse, porque una de las partes no tiene conciencia ni se percibe a sí misma como parte de esa situación conflictiva, sino ya muy avanzado el proceso de acoso.

Forma de citar este trabajo:
Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

El Acoso Laboral: una relectura desde la Psicología Social

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada
Dpto. de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del Comportamiento
Facultad de Psicología (Campus de La Cartuja)
Tf: 958 246272/ e-mail: vzarco@ugr.es
Tf: 958 243748 / e-mail: andresro@ugr.es

18071 Granada

La dimensión social del trabajo

El ser humano es un ser complejo, constituido por múltiples dimensiones, de entre las que destacamos la personal y la social, pues toda actividad humana refleja estos dos aspectos inherentes a su propia naturaleza. Por otra parte, la actividad laboral engloba a las dos, por lo que podemos hablar en rigor de la dimensión social del trabajo. En efecto, la persona que trabaja nunca está sola, sino que se encuentra vinculada a otras personas, a quienes se manifiesta a través de las actividades de su trabajo, cobrando valor y significación ante los demás; de esta manera, concebimos el trabajo como una actividad personal y social que aporta, además, un valor a la comunidad.

La persona que no trabaja, el ocioso, el desempleado, siente una especie de aislamiento, siendo éste uno de los efectos del desempleo que más repercute psicológicamente en el ser humano. La proyección social del trabajo no sólo se da en un nivel horizontal, sino también vertical, pues está claro que los beneficios laborales alcanzan a los integrantes de una comunidad actual, pero también la actividad laboral que ha realizado la humanidad a lo largo de la historia en la industria, en el comercio, en las comunicaciones, etc., ha servido y sigue sirviendo como punta de lanza para los nuevos trabajos de hoy y del futuro.

El trabajo es, pues, puente y vínculo de las generaciones, es el fenómeno que provee de continuidad histórica a la humanidad. y trasciende lo meramente transitorio y circunstancial. La vertiente social del trabajo se extiende y explica muy bien dentro del marco de la cultura, puesto que ésta coexiste con el fenómeno social, identificando el ser y el quehacer de una comunidad determinada. La cultura laboral es parte viva y dinámica de la cultura, o, mejor aún, es la manifestación de la cultura de una comunidad en su actividad laboral. Precisamente, por su repercusión social, el trabajo ha de entenderse y practicarse como un servicio, y para lo que sirve es para darle un valor agregado a la comunidad a través de la generación de riqueza que le proporciona, promoviendo, al mismo tiempo, el desarrollo de la persona; el trabajo, pues, aporta un doble significado positivo, de crecimiento personal y de calidad de vida para la sociedad.

Debido a su naturaleza tanto personal como social, el trabajo ha de ser integral, es decir, debe promover el crecimiento del ser humano. Así, éste no puede ni debe limitarse a la mera dimensión individual ni tampoco encerrarse en el egoísmo, sino que ha de estar vinculado al bien común. En efecto, si el trabajo es una actividad socialmente útil y enriquecedora, generadora de valor agregado, requiere que su planificación, organización y ejecución, así como sus beneficios, se entiendan necesariamente dentro de un contexto social.

La evidencia de la dimensión social del trabajo se impone por sí misma y explica porqué, además del indiscutible beneficio personal que conlleva, produce también ventajosas consecuencias sociales al satisfacer las necesidades de los miembros de la comunidad. Por ello, se destaca que el trabajo y el progreso social se den al mismo tiempo y, además, en forma directamente proporcional, ya que en la medida en que el trabajo sea más productivo, competitivo y de calidad, el progreso y el desarrollo serán más significativos.

Un aspecto muy importante relacionado con el trabajo es el proceso de mejora continua que se produce gracias a la participación responsable y entusiasta de los que trabajan en las empresas; este aspecto es otro hecho evidente de la dimensión social del trabajo, no sólo por lo que se refiere al esfuerzo actual de los trabajadores, sino también por la sustancial mejora laboral que se ha logrado a través del esfuerzo de las distintas generaciones a lo largo de la historia. Los conocimientos y experiencias acumulados en muchos años de actividad laboral han servido para que las sucesivas generaciones puedan lograr mejores niveles de desempeño, hecho que ha permitido y propiciado un ininterrumpido avance en el proceso de mejora.

Este criterio, basado en una organización social al servicio del hombre, se opone tanto al individualismo como al colectivismo, ya que nunca se puede justificar la violación de la dignidad de la persona, ni de los derechos básicos que salvaguardan esta dignidad, bajo el pretexto de una mal entendida libertad económica que sólo busca el lucro individual como objetivo, o bajo la excusa de una falaz seguridad que sacrifica el bienestar de cada persona al de una colectividad considerada como entidad sustancial. En este sentido, la organización social no puede pretender servir al bien común cuando los derechos humanos de la persona no quedan salvaguardados.

Pues bien, es en este contexto tan complejo donde emerge con mayor fuerza el fenómeno del acoso. De hecho, empresarios, sindicalistas, funcionarios, abogados, psicólogos, periodistas y otros muchos grupos de profesionales están reivindicando, pensando, sufriendo, aconsejando, informando sobre el acoso laboral.
Sin embargo, toda esta polvareda, a nuestro juicio, no puede ser casual, no ha podido generarse y adquirir este gran protagonismo por mero azar. Por ello, no estaría mal preguntarnos por los intereses que subyacen a tanta inquietud, o por las razones de muy diverso tipo que la justifican. Los fenómenos sociales no emergen en un momento determinado y se instalan en la sociedad como problemas relevantes sólo por ser críticos e importantes, pues todos somos conscientes de que en nuestra sociedad existen una cantidad de problemas tan importantes o más que éste que, sin embargo, no gozan de la atención ni de la divulgación que se le está prestando al acoso laboral.

¿Por qué, entonces, ha concitado tanto interés por parte de todos? La respuesta a esta cuestión debería ser merecedora de una reflexión amplia que, obviamente, no vamos a hacer ahora, pero sí señalaremos, a modo de esbozo, algunas de las explicaciones plausibles que, a nuestro juicio, explican este interés. Para los psicólogos constituye una gran cantera de empleo, a los abogados les provee de las pruebas necesarias tanto para la defensa como para la acusación, a los jueces les proporciona fundamento para la elaboración de las sentencias que hayan de dictar y, finalmente, para los sindicatos supone un elemento clave para sus políticas reivindicativas.

Concretamente, las cuestiones sobre las que vamos a reflexionar en algunas entradas de este Blog, giran en torno a qué es el acoso psicológico en el trabajo y cómo nos podemos aproximar a su medida, cuál es su impacto en las personas que lo sufren, en las organizaciones donde se desarrolla y en la sociedad donde tiene lugar y de qué modo podríamos prevenirlo.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.