sábado, 2 de octubre de 2010

Evaluación y medida del acoso psicológico en el trabajo

NOTA IMPORTANTE: Dos destacados psicólogos, contribuyen a este Blog con el siguiente articulo que hemos dividido, para mayor comodidad de los lectores, en diferentes entradas. Para respetar sus derechos de autoría y propiedad intelectual, disponemos sus referencias completas. Además el articulo, pronto a ser publicado como parte de un libro, ha sido, a su vez, editado por nosotros para respetar los derechos editoriales. Por último, las ilustraciones y el subrayado es responsabilidad de PERSIST LTDA. Esta es la parte VII de dicha colaboración.
Los autores mencionados son:

Dra. Victoria Zarco Martín, Psicóloga
Dr. Andrés Rodríguez Fernández. Psicólogo

Universidad de Granada

A la hora de evaluar el acoso, puede valorarse su prevalencia, a partir de la duración y frecuencia del mismo, también se pueden valorar el tipo y la magnitud de sus consecuencias y la relación de estas consecuencias con las situaciones de acoso.

En algunos estudios se destaca la incidencia de este problema, su magnitud, o ambos, para lo cual se han diseñado herramientas específicas como el LIPT (Leymann Inventory of Psychological Terror, 1990) o la Escala Cisneros(Fidalgo y Piñuel, 2004.

Dado que las situaciones descritas originan estrés, los instrumentos utilizados para evaluar algunas de las consecuencias derivadas del acoso son diversos cuestionarios específicos destinados a evaluar la sintomatología psicosomática generada por procesos estresantes, como el Test de Salud Total (TST ), de Langner (1962) o el Cuestionario General de Salud (GHQ), de Goldberg (1972).

No obstante, para llegar a un diagnóstico de acoso, el resultado de la evaluación ha de cumplir con los criterios establecidos en la definición en sus aspectos de frecuencia (una vez por semana, por lo menos), temporalidad (más de seis meses) y que se produzca la acción de acoso. Además, hay que constatar la posición asimétrica de las partes implicadas en la interacción (Fidalgo, 2002).

Una de las grandes dificultades, reconocida por investigadores y por profesionales, es la de la evaluación del acoso psicológico.

Algunas de las características que pueden ayudar a explicar esta dificultad son:

el componente cultural de su definición, que hace que una misma conducta pueda ser considerada abusiva en un contexto y no abusiva en otro;

las creencias y valores de colectivos específicos que señalan márgenes de tolerancia y aceptación del acoso diferentes;

el componente subjetivo de la percepción del abuso y de su intencionalidad, que puede llevar a claras discrepancias de interpretación de una misma conducta (Follingstad y DeHart, 2000);

la frecuente invisibilidad externa de esas conductas, que no dejan huella, a diferencia de lo que suele ocurrir en la agresión física (Auburn, 2003);

la amplia gama de intensidades de las conductas abusivas que señalan un continuo que iría desde las más sutiles hasta las más explícitas (Marshall, 1999), creando una dificultad en la apreciación nítida de las más sutiles;

el establecimiento de la frontera de la frecuencia, que distinga entre algunos actos aislados de carácter abusivo y la reiteración sistemática de una conducta de claro acoso psicológico (Murphy y Hoover, 1999);

la utilización de estrategias abusivas de forma combinada y sistemática que conlleva un efecto incrementador del abuso, debido a la interacción continuada de tales estrategias; en definitiva, la dificultad para alcanzar una definición operativa y consensuada del abuso psicológico.

Se entiende así que resulte común mencionar la falta de instrumentos de medición adecuados para evaluar el abuso psicológico (Murphy y Hoover, 1999), además de las limitaciones de los instrumentos existentes, que casi siempre son en forma de autoinforme, basándose en la información que las propias víctimas proporcionan sobre el proceso de acoso, y que motivan dudas de que evalúen adecuadamente el amplio dominio del abuso psicológico.

Por otra parte, sabemos que el comportamiento humano se desarrolla de forma dinámica a lo largo de un proceso en permanente reconstrucción, de modo que no se justifica que lo analicemos a partir de un resultado que obtenemos en un tiempo concreto y limitado de observación y análisis. Entendemos que la metodología cuantitativa puede ser pertinente para una descripción somera o una primera aproximación al fenómeno que sometamos a estudio, pero la complejidad y multidimensionalidad de un fenómeno social como es el acoso psicológico, constituido por tantas aristas, consideramos que requiere un nivel de análisis distinto que nos permita comprender no sólo lo que acontece en un determinado momento, sino los “cómos” y los “porqués” de todo cuanto acontece. Ello nos facilitaría un horizonte más amplio de comprensión de esa realidad que llamamos acoso psicológico y, en cambio, evitaría asumir un conocimiento sólo fundado en el mero control de sus componentes parciales.

El auge de los métodos cualitativos tiene que ver con la emergencia de las perspectivas y las teorías críticas. En ellas se muestran más adecuados todos aquellos instrumentos analíticos que descansan en la interpretación. En efecto, estos procedimientos se adecuan perfectamente al buscar la comprensión de los procesos sociales, más que su predicción o, si se prefiere, al tratar de dar cuenta de la realidad social y comprender cuál es su naturaleza, más que explicarla.

Cada proceso, por otra parte, está enmarcado en un entorno cultural particular. El intersubjetivo colectivo, el sistema de normas y reglas que cada cultura ha ido construyendo a lo largo de su historia, le dan unas particularidades diferenciadoras del resto que no pueden ser ignoradas en la investigación aplicada (sensibilidad socio-cultural). En la investigación aplicada, por ejemplo, la acción misma que se propone puede o no guardar coherencia con el universo de significados compartidos de la comunidad en la que se va a realizar, cuestión que será, con toda probabilidad, la primera que debamos tener en cuenta.

Toda práctica social se enmarca en un contexto político concreto, aunque debiéramos decir que toda práctica social es en sí misma política. La investigación cualitativa no olvida esta cuestión (sensibilidad socio-política), proponiendo explicitar las consecuencias políticas, inhibidoras o favorecedoras de cambio social, que pueden ir implícitas en su propia realización. El compromiso político es, en ese sentido, sólo un aspecto de esta clase de sensibilidad.

Por último, la investigación debe considerar el contexto social y físico en el cual se está produciendo. El contexto es el resultado de múltiples elementos, procesos y acciones, entre las que resalta la acción colectiva de los participantes en él. Parece, pues, condición indispensable en la investigación (sensibilidad contextual) reconocer esta dependencia que es, junto con las señaladas anteriormente, la que proporciona sentido al proyecto mismo de la intervención.

En definitiva, una aproximación a la medida del fenómeno del acoso psicológico implicará la vertebración analítica de los componentes del fenómeno —su proceso— y la articulación comprensiva de los valores propios que sostienen la personalidad de los actores que intervienen, víctima y acosador, en el juego de las interacciones de un contexto constituido por valores grupales y organizacionales que facilitan ese tipo de conductas perversas.

Forma de citar este trabajo:

Zarco, V. y Rodriguez-Fernández, A. (2010) El acoso laboral: una relectura desde la psicología social. (en prensa) Madrid: McGraw-Hill.

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